Sobre Aníbal D’Angelo se ha escrito en diversas ocasiones.
Presentamos, en primer lugar, un breve texto del propio autor, en el que ofrece con humor un particular Curriculum Vitae.
Los demás textos han sido organizados en tres secciones:
- “In vita”, es decir, lo que se escribió de él cuando aún vivía.
- “In memoria” recolecta los diversos homenajes que se le hicieron cuando partió en el año 2015
- “A 10 años de su muerte” se realizó un acto conmemoratorio, a raíz del cual se dedicaron algunos discursos y escritos en su honor.
In vita
En “Alianza libertadora nacionalista. Historia y crónica (1935-1953)” de Hernán Capizzano
En elaboración
“Venimos desde el ayer” de Antonio Caponnetto
En el libro Venimos desde el ayer. Historia argentina contada para niños de Antonio Caponnetto encontramos algo más sobre D’Angelo Rodríguez.
Como cuenta Caponnetto: “Cuando tuve que escribir un pequeño libro para uso interno de los chicos del Don Jaime –Venimos desde el ayer fue su título- Aníbal se convirtió en el personaje obligado que protagonizaba diálogos y tertulias. Tomó con benevolencia ese tránsito de la realidad a las letras. Y con la afabilidad de siempre siguió ejerciendo su mester diario. Incluso hubo una versión mexicana de este librillo, adaptada por la Profesora Sofía Villavicencio Márquez, y editada por la Universidad Autónoma de Guadalajara, en 1998. Aníbal seguía allí de protagonista omnisciente, dibujado como un anciano sapiente y enojoso cada vez que correspondía. Cuando le mostré la “prueba” de su fama en la entrañable comunidad jalisciense sonrió con expresiva complacencia. La legítima travesura pedagógica había traspasado las fronteras”.
Se puede conseguir el libro en la Librería y Editorial Santiago Apóstol. LA PLATA 1721, Bella Vista (1661) Bs. As. PEDIDOS: 11 37828582 / 11 50169712 [email protected]
[email protected]
En “Castellani” de Sebastián Randle.
Nota aclaratoria: En el libro Castellani (Editorial Vórtice 2003) de Sebastián Randle encontramos algunas referencias a ADR en las páginas 14, 402, 413, 446, 449, 512, 531, 539, 550, 756,
772. Extraemos estos breves textos, aunque puedan quedar algo fuera de contexto. Marcamos con negritas las menciones más directa a nuestro autor.
Pagina 14: en la Introducción.
Y hablando de información de difícil acceso: sin los geniales oficios de Jorge C. Bohdziewicz no nos habríamos agenciado de un montón de papeles sumamente interesantes para esta biografía y que han servido para documentar desconocidos retazos de la historia argentina contemporánea.
Por otra parte querría destacar que ninguno de los capítulos sale a la luz sin que algún benévolo amigo los haya revisado y comentado con generoso interés. Así participaron de la ingrata tarea de leer capítulos sueltos y arrimar ideas, sugerencias y correcciones mi mujer, María Marta, además de Ricardo A. Paz, Hugo Esteva, José Vázquez, Javier Anzoátegui, Fernando Córdoba, Guillermo Giangreco, Diego Richards, Arturo Gutiérrez, Enrique del Carril, Daniel Saint Jean, Manuel Arévalo Silva y Alejandro Speroni.
Además leyeron el manuscrito entero Federico Mihura, Max Perkins y Sergio Quiroga quienes también aportaron críticas y sugerencias por demás valiosas.
Largas e interesantísimas charlas con Aníbal D’Angelo me ayudaron a situarme en el contexto histórico en que se desenvolvió Castellani y le estoy especialmente agradecido por haberse tomado el trabajo de revisar minuciosamente el libro entero aportando incontables correcciones y enmiendas, además de contribuir a la confección del índice onomástico.También me resultaron muy valiosas las sosegadas conversaciones con Roberto Brie, seminarista en Devoto durante la década del ’40, novicio jesuita y fino conocedor de la Compañía de entonces y sus cosas. Su crítica del capítulo «A la Salinger» me resultaba indispensable para animarme a incluirlo aquí.
En memorable tarde de paseo porteño Tito Mihura me sacó de un atolladero en que me había metido a propósito del patriotismo de Castellani: gracias a su intuición sobre el país que duele, el libro arrancó de nuevo después de tres meses de (dramático) receso.
De las innumerables entrevistas que mantuve con quienes lo conocieron a Castellani destaco a quienes mostraron especial interés por el asunto: Federico Ibarguren, Juana Almeida, Angel Vergara del Carril, Héctor Sceppacuercia, la encantadora María Esther Borzami (la «señorita Providencia»), Francisco Bosch, Efraín Martínez Zuviría, Elena y Matilde Von Grolman, Antonio Rego, Ignacio Anzoátegui, Fermín Chávez, Irene Caminos, Juan Luis Gallardo, Julieta Seeber de Bosch, Malisa Gamallo, Bernardino Montejano, Norberto Quantín, Tomás Richards y Marcelo Sánchez Sorondo.
En el Capítulo XVIII: EL OCIO Y LA VIDA INTELECTUAL. Buenos Aires 1935:
Página 402.
En la década del ’30 la cosa era con los conservadores y contra los radicales, en los ’50 y ’60 con quien sea contra los peronistas, en los ’70 contra los peronistas y los comunistas… ¿Y en la década del ’40? Bueno, hete ahí una excepción: el 4 de junio
de 1943 fue el único «pronunciamiento» militar con signo (confusamente) nacionalista -ni conservador ni radical- y terminó más o menos exitosamente, si tenemos en cuenta que su consecuencia fue el 17 de octubre de 1945, y el triunfo electoral peronista del año siguiente. Claro que Perón se sacó rápidamente de encima a los “piantavotos” y se amigó con el «establishment». Pero, bueno, ésa es otra historia (Nota 6).
Nota 6: Una historia que alguien debería escribir, la historia crítica del nacionalismo argentino. Este abreviadísimo resumen es resultado de una tarde de charla con Aníbal D’Angelo Rodríguez, uno de los pocos que podría hacerlo. No he resistido la tentación de poner aquí algunas de sus conclusiones, porque me temo que don Aníbal no nos va a dejar un libro con sus memorias y conclusiones, por mucho que se lo pidamos y por mucho que nos haga falta.
Página 413.
En este mismo año de gracia, Stalin ha condecorado y catapultado a una sistemática celebridad a un minero soviético por una hazaña de “productividad”: extrajo 102 toneladas de carbón en 345 minutos. El pobre tipo se llamaba Alexei Grigorievich Stajanov y vaya uno a saber cómo terminó (esa parte de la historia siempre queda oculta. Ahora, Aníbal D’Angelo -para quien no hay casi partes ocultas de la historia-
dice que murió jubilado, en 1977, sin pena ni gloria).
En el Capítulo XIX: PENSAR LA PATRIA. Buenos Aires 1936-1945.
Página 446.
Además, Castellani se pronunciaba con su estilo sintético, humorístico y nervioso en aforismos que condensaban todo su pensar. Y los nacionalistas seguían sin comprenderlo. Y eso, hasta el final de sus días -y aun cuando escribo estas líneas (Nota 32).
Nota 32: Gran excepción en esto ha sido don Aníbal D’Angelo Rodríguez, quien en su brillante prólogo a Un País, puso de manifiesto su parecer de que «…más bien habría que decir que el nacionalismo argentino fue castellanista, antes que afirmar que Castellani fue nacionalista» (p. 11).
Página 449.
Ahí ven ustedes: para Castellani la política no puede hacerse de modo
programático o, si lo prefieren, «institucional». En primer lugar, porque las
circunstancias no lo permiten, qué le vamo’ a hacer. Después de Chapultepec,
Castellani escribía que es muy posible que bajo la presión de las plagas que están cayendo sobre el mundo, y de esa nueva falsificación del catolicismo que aludí arriba, la contextura de la cristiandad occidental se siga deshaciendo en tal forma que
dentro de poco no haya nada que hacer, para un verdadero cristiano en el orden de la cosa pública (Nota 40).
Nota 40: A MODO DE PRÓLOGO a Decíamos Ayer, p. 31. Aníbal D’Angelo Rodríguez (que me revisó este capítulo) insiste en que las ambivalencias de Castellani se resuelven si se exponen sus pareceres en el contexto histórico y que así se puede ver claramente cómo él es más pesimista -en cuanto a la participación en política se refiere- a medida que avanza el siglo. Es cierto y es una de las claves para descifrar sus aparentes contradicciones. Pero eso no es todo (y por eso este capítulo contiene tantas otras distinciones). Por otra parte, sí estoy de acuerdo con D’Angelo en que Castellani era particularmente inepto para entender la lógica del poder y que su ingenuidad en esta materia -allí donde se juegan concretamente los principios- le hacía escribir cosas de poco valor (por caso, las referencias a la política concreta de la Revolución Argentina en los «Periscopio» de Jauja).
Capítulo XXI EL CURA LOCO. Villa Devoto. 1939-1944.
Página 512.
No nos podemos adelantar (como el profeta), pero el lector tiene que saber que sí, que en 1948 Castellani estaba «condenado» a escribir sólo sonetos, y que en ese año, en un largo período de perfecta pesadilla le pinchaban el brazo con inyecciones que lo llevaban al borde de la muerte… o, peor, de la locura.
Ya lo veremos. Pero, en fin, volvamos a la década del cuarenta. Cada cual con su memoria, pero aquellos que mejor lo conocieron prefieren volver a estos años, en que el cura deslumbraba con sus clases o sus artículos periodísticos, algunos de los cuales se comenzaban a compilar para antologías, como los humorísticos en clave sanchesca que rememora D’Angelo, sesenta años después.
Todavía recuerdo la tarde de aquel día del año 1940 cuando mi madre me regaló El Nuevo Gobierno de Sancho. Yo estaba en cama, engripado. De modo que me abalancé sobre las páginas vírgenes del libro como un hambriento sobre un plato de sopa […].
El libro me fascinó y lo leí tantas veces que hay párrafos enteros que hoy podría citar de memoria.
Página 531.
Porque me dijeron que hay que pasar por el periodismo para formarse escritor. Y yo empecé a escribir en EL PUEBLO; pronto me licenciaron. Después en CABILDO Y TRIBUNA, los dos diarios nacionalistas que don Lautaro Durañona y Vedia fundó.
Sí, claro, pero su fastidiosa distinción «escribí-para-diarios-y-revistas-nacionalistas-pero-en-verdad-no-soy-uno-de-ellos» constituye una de sus más repetidas aclaraciones que nadie tomó en serio jamás (y que a nosotros nos costó un capítulo entero). (Nota 66).
Nota 66: Cap. XIX, Pensar la Patria, en buena parte fruto de interminables y reveladoras conversaciones con Aníbal D’Angelo Rodríguez que tanto se interesó en esta cuestión.
Página 539-540.
80 Celebración, p. 258 et seq. Lo que le agrega color al asunto es que esto fue dicho como colofón a una conferencia que se intituló «La Unidad de los Nacionalistas». En efecto, los nacionalistas concurrieron en masa al teatro «Unione e Benevolenza» (tan luego) para oír la receta de Castellani que resolvería todas las diferencias entre las distintas facciones presentes. Aníbal D’Angelo me agrega algo más: Sigue en la pagina 540 ¡!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Página 550.
Una semblanza de Alicia… comencemos por decir que era bonita. A quienes la conocieron así lo parecía, con unas pocas excepciones (mi viejo, por ejemplo, dice que era «feucha», Fermín Chávez me la describió como «fría, sin ángel» y Dolores Durañona como «desaliñada, “toscona”»). Pero otros discrepan: el P. Benítez, Raúl Puigbó, Aníbal D’Angelo, Elías Terza, Agustín Santa Cruz, la misma Irene Caminos, entre otros, me aseguran que «fea», por lo menos, no era. No sé si vale porque le comprenden las generales de la ley, pero el «Bebe» Cooke decía «Nosotros tenemos Alicia, la linda; los gorilas, la fea» (por Alicia Moreau de Justo).
En Capítulo XXVI: MAGNÓPOLIS. Roma 1947
Página 756.
“En tiempo de las bárbaras naciones
Colgaban de la cruz a los ladrones
Ahora que es el siglo de las luces
Del pecho del ladrón cuelgan las cruces” (Nota 67).
Nota 67: Borrador de carta a «Kika» Eguren, fechado en Roma el 15 de junio de 1947. Me anota Aníbal D’Angelo que esta poesía no es de Castellani y que a él se la enseñó su madre cuando tenía 10 años (¡Qué madre de buena línea!).
Capítulo XXVII: JOB. Manresa. 1947-1949
Página 772.
Para eso consigue una «censura» del P. Olleros S.J. y con eso, puede dar una
Conferencia en Pinar 25 (C.C.I.A.) sobre el humorismo español, en presencia de Pico.
Nota 6: Diario, 29-VI-47. Aníbal D’Angelo me anota que en la calle Pinar estaba el Colegio Mayor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y que Castellani ha equivocado la sigla.
En “Los Ivanissevich en Argentina” de Magda Ivanissevich de D’Angelo Rodríguez
In Memoriam
Aníbal, caballero de lucidez y coraje (por Eduardo Allegri )
“En este mundo, hay dos clases de personas.
Por un lado, están los que no lo conocieron.
Por otro, los que tuvimos -Dios sabrá por qué- el raro privilegio de saber que vivió entre nosotros uno de los últimos afables caballeros de lucidez y coraje que parió la Argentina, si acaso no fue el último”.
Aníbal, maestro y amigo (por Bernardino Montejano)
Nota del Editor: El autor la titula simplemente: ANÍBAL D’ANGELO RODRÍGUEZ. Nosotros tomamos para el título las palabras casi finales en donde el autor se despide diciendo: “Aníbal: maestro, amigo, camarada, descansa en paz. Y brille para vos la Luz perpetua”. Omitimos el último elemento, “camarada”, que se refiere a su nacionalismo militante, porque lo destacaremos en el último texto escrito por Padilla.
“En el atardecer de la vida te juzgarán por el amor”: esta hermosa metáfora de San Juan de la Cruz sirve para despedir a nuestro amigo Aníbal, cuya vida estuvo signada por el amor: amor a su mujer, a sus hijos, a sus nietos, a sus bisnietos, a sus hermanos, a sus sobrinos, a sus amigos, a su Patria y a Dios. Todas sus luchas fueron libradas por amor y esta multitud que hoy lo acompaña es una respuesta espontánea a ese amor.
Un texto de San Agustín, (Comentario sobre los Salmos) que se encuentra en el Oficio de lectura de la Liturgia de las Horas de hoy, también nos ayudará: “nuestro progreso se realiza por medio de la tentación y nadie puede reconocerse a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni puede vencer si no ha luchado, ni puede luchar si carece de enemigo y de tentaciones”. Durante su vida Aníbal fue tentado, luchó, y finalmente venció.
Escribe Saint-Exupéry: te preguntarán en la eternidad: ¿qué haz hecho con tus dones? O sea, en lenguaje evangélico, ¿qué has hecho con tus
talentos?
Y aquí solo unas brevísimas notas referentes a su vida larga y fecunda por respeto a ustedes, en la cual esos talentos rindieron cuantiosos frutos.
En primer lugar: su numerosísima descendencia prueba su eficacia en contribuir a poblar a la Argentina con nuevos argentinos. Hoy día esos argentinos reciben una herencia preciosa, no para gozarse en ella ni para dilapidarla, sino para continuarla y enriquecerla: reciben una misión. ¿Serán dignos de ella? El tiempo lo dirá.
En segundo lugar, su increíble cultura y su generosidad para hacernos participar en ella. Eso se traducía en su docencia: fue profesor de mi mujer, hace muchos años, en tiempos de oro del Instituto Católico del Profesorado y era el único, que hacía tan interesantes sus lecciones de historia de la cultura, que los alumnos le pedían que continuara las clases durante los recreos.
En tercer lugar, su pobreza digna, muy digna, fruto de su trabajo honesto. Su casa, abierta a muchos, donde nunca faltaba alguna atención para quien llegaba, plena de cierto sano desorden que crea la vida, era un hogar cálido y generoso.
En cuarto lugar, su nacionalismo militante, un nacionalismo muy nuestro, patriótico, esencial. Cuando a mediados del año pasado, previa consulta a Patricio Randle, lo invitamos a participar en “Centurión”, una voz del nacionalismo criollo, se incorporó a la empresa con entusiasmo y colaboró con ella hasta sus últimos momentos de lucidez. Fue nuestro Atalaya y como lo dejó escrito: “En esta sección nos comprometemos a registrar cuidadosamente lo que se ponga frente a nuestros ojos, sea tierra, mar o el pantano de la política argentina; convencidos, como estamos, de no ser los últimos de ayer ni los primeros del mañana, sino los de siempre, los servidores de lo permanente que hay en la Historia”.
Lanzados a la empresa que pretendía encarnar un nacionalismo telúrico, que no era nazi, ni fascista, ni falangista, ni carlista, ni indigenista, ni liberal, ni marxista, sino criollo, empezamos a vernos todos los martes.
Así como el Principito visitaba a su amigo el zorro sabio, que le enseñaba las claves para entender las cosas, todos los jueves, yo visitaba los martes a dos zorros amigos: Patricio Randle y Aníbal. De esas visitas siempre salía enriquecido con bienes invisibles.
Uno de los últimos libros que leyó Aníbal, fue seguramente “El sueño de Geroncio”, del cardenal Newman, que le trajera un martes, en la traducción argentina del gran poeta Carlos Sáenz, muy superior a la española, según la cual, es “El sueño de un anciano”.
Quisiera ahora recordar la agonía de Geroncio, análoga a la de este muerto tan querido.
Geroncio -“Cercana está la muerte, Jesús mío”
Los asistentes: -“Sálvalo Señor de viejos pecados”. En nuestro caso “los asistentes”, son la mujer, los hijos, los nietos, los hermanos, los sobrinos, los amigos de Aníbal. Fui testigo un día, que la única que consiguió despertarlo con un beso, fue una sobrina nieta de siete años, Pilar Mora, hija de Malena D’Angelo, a quien mucho quería.
Geroncio: -“Ya no resisto, ¡Jesús! ¡Virgen María! ¡Un ángel por favor! Uno que sea como el tuyo Jesús, en la agonía”.
Pero Jesús le envía otro ángel, el custodio, quien dice:-“Me encomendó mi Padre la guardería de este hijo terreno cuando nacía. Por una senda estrecha lo he conducido, aflicción y dolores ha padecido”.
Y agrega: -“Acabas de morir”.
Se pregunta Geroncio:- “¿Por qué tengo esta paz y esta alegría? ¿Por qué no temo más lo que temía?” Y le responde el ángel: -“Porque antes lo temiste, justamente por eso no lo temes más ahora”.
Intervienen los demonios, que pretenden apoderarse de su alma, sostienen algo muy actual en boca de tantos contemporáneos degenerados: -“vicios y virtudes son la misma cosa” y tratan de ridiculizar a los santos: que son “un cuento, mejor, un espanto, un torpe aguafiestas que apesta con su mal aliento”. Geroncio ve la realidad demoníaca a la luz de la eternidad y comenta: -“¡Cuán impotentes son! Y sin embargo desde la tierra se los cree invencibles”.
El hombre, el último creado,
como lazo del cielo con la tierra.
de espíritu y de barro fue forjado
y ataviado con ínfulas de guerra
Para luchar por el ordenamiento
del mundo en la palestra de la historia,
en la frontera de los elementos,
centinela y Virrey del Rey de gloria.
Gloria a Dios admirable en las alturas…
¡Oh fracaso del hombre en la caída!
¡oh noche en que se extingue la alborada!
la cara luminosa deprimida,
la bestia desatada…
Pero en los tumbos de la penitencia
va encontrando de nuevo su figura;
la voz de Dios despierta su conciencia,
y un fulgor amanece en la espesura.
Y luego, poco a poco corregido
Por la vara de Dios vuelve a ser hombre
en familia, nación, pueblo escogido
para invocar el sacrosanto Nombre.
Gloria al Señor, que habiéndolo formado
lo reformó más admirablemente
sacándolo del barro del pecado
por su misericordia indeficiente”.
En el momento del juicio, Jesús le envía el ángel que había pedido y que aboga por el alma de Geroncio, el ángel de la agonía:
-“Jesús por tu inocencia despreciada, por tu divinidad desconocida, por tu gloria ocultada… salva a las almas que te son queridas”.
Geroncio se entusiasma y exclama: -“vuelo a mi Dios”.
Pero falta un paso: el ángel guardián reaparece y lo entrega a los carceleros angélicos: para que lo guarden con dulce esmero y se lo devuelvan restablecido.
Y se despide de Geroncio: -“Los ángeles que aguardan tu llegada te prestarán su maternal ternura; las misas en la tierra y la plegaria de los santos en el cielo te serán de provecho y de consuelo. ¡Adiós! En la serena aceptación de la doliente vía, corta ha de ser la noche de tu pena. Yo volveré no bien despunte el día”.
La luz, el día, traen al recuerdo la plegaria del fin de Charles Maurras: “Adorméceme Señor en tu paz cierta, entre los brazos de la Esperanza y del Amor. Hecho y nacido soy para la luz, concédeme que se eternice el día”.
Aníbal: maestro, amigo, camarada, descansa en paz. Y brille para vos la Luz perpetua.Bernardino Montejano.
Aníbal, mi hermano (por Elena D’Angelo de Marcone)
Título original: “Recuerdo de mi hermano Aníbal”.
Yo nací en el 24 y él en el 27, soy su hermana mayor, también fui su compañera de juegos. Fuimos muy unidos, toda la vida. ¿Pelearnos?, no solo de muy chicos… yo era muy necia, y ellos (con Gustavo, el mayor), me molestaban. Y yo, para defenderme, daba unos chillidos desaforados para que mamá me oyera y viniera en mi auxilio… De grandes nos unió el ideal patriótico, yo intenté formar una sección femenina de la Alianza Nacionalista, a la que él pertenecía. Cuando cayó preso, el encargado de avisarnos, fue su camarada Hugo Marcone. Ipso facto me enamoré de él.
Ya casados, y pasando los años, la casa de Aníbal en Bella Vista fue nuestro caedero cuando bajábamos a Buenos Aires, porque nos habíamos radicado en Salta, y contábamos siempre con la simpatía de todos y el buen talante de Virginia y los chicos. Dos de mis hijos vivieron tres años en su casa siendo cadetes del Colegio Militar (aunque después uno dejó y el otro cambió de vocación, hoy es sacerdote). Vivíamos lejos, pero siempre fuimos una familia muy unida.
Todos en casa, papá, mamá y nosotros todos, éramos muy lectores, pero Aníbal tenía una ordenada pasión por los libros como medios para penetrar en las cosas. Poco antes de morir, alguien que lo visitó, asombrado por la cantidad de libros que tapizaban las paredes de su casa, le preguntó: -Y usted leyó todos esos libros? -¡y muchos más! Contestó. Todos libros recordados, “digeridos”, fichados. Decir que leyó mucho es quedarse corto, mejor decir “sabía mucho”.
Fue silenciado, ignorado y desprestigiado, por la “cultura y otros negocios turbios”, (como se llamaba su columna en Cabildo), pues para ellos era… ¡Un nacionalista católico! ¡Qué asco! Aunque, qué gracioso, Página 12, que siempre lo denostaba, tuvo que reconocer su pluma y su talento cuando lo llamó: “un facho con chispa”.
Suerte que escribió libros y muchos artículos, porque si no, de Aníbal no quedarían ni rastros… Yo pienso, parafraseando al padre Castellani, (que nos honró enormemente con su amistad, con sus enseñanzas…) ¡fue nuestro formador!: “El día que desaparezcan del todo, aplastados por la crueldad y la mentira, los hombres de su estilo lloremos: ya no tendremos patria”.
Sí, gracias a Dios tenía enemigos, “porque quien enemigos no tiene, señal es que no tiene talento que haga sombra, ni valor que le tema, ni honra que le murmuren” (Gracián).
Al paraíso te lleven, cuanto antes, los ángeles, querido hermano.Chirichi. Salta, 18 de marzo de 2015.
Aníbal, mi hermano mayor (Por Ricardo D’Angelo Rodriguez)
Despido a mi hermano mayor… a mi amigo, al compañero, maestro y guía de mi infancia, de quien recibí en horas terribles de mi juventud, asilo, comprensión y cariño sin medida…
Ah! Lo vi llegar, en el 45, ensangrentado, bravo soldado de batallas ya perdidas muy lejos. (Fue preso, estuvo varios días ¿algún mes? En un re-
formatorio para menores. (Me trajo de regalo un juego de ajedrez hecho de miga, por sus ocasionales compañeros). Hasta hace poco… se le podían ver las cicatrices.
Vino el amor después. La familia con muchos hijos, pesada carga que aceptó con amor y fe cristiana.
Se recibió de abogado después de nacida su primera hija. No siendo la abogacía su prístina vocación, estudió ciencias políticas. Leyó, estudió, releyó y subrayó. Hasta que llegó a ser -lo digo sin rubor- un profundo pozo de sabiduría. Quienes fueron sus alumnos o quienes acudían a su consejo,
se asombraban de cuanto y que bien sabía. Solo una cosa no supo: Hacerse rico. Por eso su único legado es un montón de libros.
No claudicó jamás, ni retrocedió un paso, defendió las ideas en las que creía, toda su vida, hasta el final, en que su cuerpo lo abandonó. Ese es el gran ejemplo que mi hermano Aníbal nos deja: Lealtad a sus ideas, que aunque despreciadas por la estúpida modernidad y el progresismo, él supo
mantener enhiestas con su pluma y su palabra.
Un generoso amigo acaba de hablarnos de una obra del Cardenal Newman, en la que, con poética excelencia imagina la trayectoria del alma, al
separarse del cuerpo, hasta que, llevado por su Angel de la Guarda, llegan a las puertas del purgatorio, donde lo reciben los ángeles carceleros, encargados de la custodia.
Deseamos pensar que Aníbal hizo tanto callado bien, peleó tanto por la Verdad con mayúsculas, sufrió en su cuerpo penosos dolores con cristiana
resignación, que estos Angeles Carceleros le abrirán pronto sus puertas, para que pueda gozar de la Visión de Dios, que lo guardará en Su seno.
Así sea.
Aníbal, nuestro abuelo (por Mercedes Galperín)
El original no trae título y va luego de la próxima carta.
Abuelito querido:
Tanto para agradecerte, empezando por esta enorme familia que con Mami construyeron, una família de hombres y de mujeres que aman a Dios y a la Patría.
Fuiste para nosotros y para todos los que te conocieron un ejemplo de amor, generosidad, humildad, sabiduría, sacrificio y entrega a los demás.
Tus sesenta y cuatro nietos te reconocemos como un abuelo malcriador, cariñoso, consejero y siempre presente. Tus hijos cuentan que de chicos te tenían mucho respeto, y hasta miedo a veces, por lo estricto que eras. Pero claro, a ellos tenías que educarlos para que puedan asi guíarnos a nosotros.
Pusiste la educación en manos de nuestros padres y vos te dedicabas a mirarnos y consentirnos.
Siempre recuerdo los tes de los domingos, a los cuales alguna vez comparaste con lo que sería para vos el cielo… La casa grande con toda la familia feliz y unida… los domingos que pasamos todos juntos en tu casa, una casa que siempre nos hiciste sentir como nuestra.
Los veranos en tu pileta, disfrutando desde limpiarla hasta el último rayito de sol; hacer remolinos todos juntos. Las navidades multitudinarias cantando villancicos junto al pesebre, con tus infaltables cancioneros; las Pascuas con el huevo más grande que encontrabas y que vos te encargabas de romper.
La lata de galletitas que tenías exclusivamente para nosotros en la biblioteca del Don Jaime, y tu inolvidable lata de caramelos de la cual, por la cantidad de nietos que somos, nos pedías que sacáramos solo uno y nosotros sacando más pensando que no nos veías, y ahora de grandes nos damos cuenta que seguramente sí nos veías y te sonreías de nuestra picardía. Los caballos que alquilabas para nosotros, los cuentos que nos contabas, las veces que nos llevaste al cine y esa vez que alquilaste un colectivo para ir todos los primos al Parque de la Costa.
Siempre fuiste, sos y serás nuestro orgullo; para nosotros vos sabías absolutamente todo y no solo de cultura, sino que sabías todo de la vida.
Papi querido: no te das una idea de cuanto tus consejos nos faltarán.
Seguramente muchos de tus nietos más chiquitos y tus bisnietos no se acuerdan de todas estas cosas y muchos no vivieron este abuelo tan activo. Pero lo que todos si vivimos es el cariño, el amor y el ejemplo que siempre nos diste.
En estas semanas, cuando ya estabas muy enfermito, tus hijos, tus nietos, tus bisnietos y todos los que te queremos invadimos tu casa, una vez más, para acompañarte en tus últimos días en esta vida, rezando para que llegues en paz a la vida Eterna.
No pudo haber sido mejor… esperaste que estuvieran tus doce hijos cerca de ti, te fuiste en paz con los hombres y con Dios, te fuiste un sábado de la mano de la virgen María.
No sabes cuánto te vamos a extrañar, pero estamos tranquilos de que ya estás donde todos aspiramos estar. Ayúdanos también a nosotros a Llegar al cielo para poder encontrarnos con vos, Blas, Chechu y Camila*, y todos juntos, adorar a Dios eternamente.
Te prometemos que vamos a cuidar a Mami como una reina.
¡Te queremos infinitamente! ¡Gracias por tanto!
Tus nietos
Aníbal, mi suegro (por Ricardo Curutchet)
El día 21 de febrero de 2015, en Bella Vista, en su casa y en su cama, falleció don Aníbal Domingo D’Angelo Rodríguez, uno de los hombres más lúcidos de nuestro tiempo, aunque haya sido ignorado casi por completo, tanto en su tierra como en el mundo, especialmente en el mundo occidental y cristiano, cuya historia y secretos comprendió como pocos en los últimos cincuenta años.
Había nacido en Buenos Aires el 15 de junio de 1927, hijo de don Aníbal D’Angelo Rodríguez, médico notable y director del Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires; y de doña Magda Ivanissevich, mujer excepcional que murió en Salta, más que centenaria, rica en toda clase de dotes de inteligencia y virtud.
Murió como cabía esperarlo de un católico cabal, como lo fue él a lo largo de su vida, rodeado de su esposa y de sus hijos y de una numerosa y rica estirpe y raza de la que él era alma y cabeza, hijos, hijos políticos, nietos, bisnietos, sobrinos, parientes de toda especie; y una incontable serie de amigos y allegados que, al pie de su cama o rodeando su casa, trataban de acompañarlo.
En su larga y dolorosa agonía recibió el consuelo y el afecto de los suyos de un modo especialmente considerable, como lo advirtió su amigo, y nuestro, Bernardino Montejano, en la oración fúnebre que pronunció en el cementerio, destacando esa nota del amor familiar que lo rodeaba y que irradiaba de su propia presencia paternal, al modo de los viejos patriarcas de la antigüedad.
Aníbal es mi suegro, y no puedo disociar esta nota de esa personal circunstancia, porque sobre todo lo conocí y quise como tal, como padre político y como amigo entrañable, cuya amistad radicó en lo más interior y secreto de nuestras almas, mucho más allá de toda otra coincidencia, que las hubo muchísimas –todas diría– respecto del modo de ver y amar a nuestra realidad circundante, nuestra Patria, nuestra historia y nuestras familias, nuestro mundo y nuestra historia cristiana, nuestra Iglesia, todo el pasado, presente y futuro de una realidad que sentíamos y pensábamos, él con un talento y videncia infinitamente superior a la mía, con intrínseca unidad de inteligencia y corazón.
Y como tuve el privilegio de asistir, junto con muchos otros, a su agonía y a su muerte, no quisiera callar en esta nota, antes de hacer memoria de algunos, y sólo algunos, de sus tantos méritos, las circunstancias especiales de sus últimos, sus largos últimos días. Porque creo que en ellos se mostró de modo muy particular su hombría, su señorío y su cepa de católico humilde, sencillo y, a la vez, viril como pocos.
Aníbal, en pleno gozo de todas sus facultades intelectuales, soportó durante varios años una disminución física que gradualmente fue limitándolo y humillándolo cruelmente, hasta causarle la muerte. Quienes hemos conocido la intimidad de ese sufrimiento, sus hijos más que yo, sabemos hasta qué punto eso le afectó en lo más profundo de su ser y conocemos de qué modo él luchó hasta el último momento para sobreponerse a la impotencia a la que lo sometía su enfermedad.
Lo he visto pelear heroicamente; caminar cuando ya sus piernas no lo sostenían; intentar por todos los medios de valerse por sí, cuando ya su cuerpo no le respondía; participar en almuerzos y conversaciones cuando ya le resultaba una ardua empresa mantenerse al frente de la mesa familiar o encabezando una tertulia en la que su opinión y consejo eran centrales. Soy parcialmente testigo de todo ello, pues vivo lejos; y lo son, mucho mejor que yo, tantos de sus hijos, sobrinos, nietos, sobrinos nietos y amigos que acudían casi diariamente a su mesa, hasta que cayó finalmente postrado a aguardar, rodeado de todos ellos, el momento final, la partida anhelada hacia la Patria.
Aníbal fue pobre por elección. No ejerció ningún tipo de declamada y dialéctica elección preferencial por los pobres sino que fue él mismo pobre, materialmente pobre, por dos o tres razones que creo conocer y trataré de explicar.
Primero, fue pobre porque fue un auténtico hidalgo, un señor de la estirpe, incapaz de someter sus esfuerzos y afanes al logro de una fortuna venal que le asegurara un disfrute abundante de los bienes terrenos.
Aníbal y Virginia fundaron una numerosa familia, con doce hijos, sesenta y cuatro nietos y treinta y un bisnietos, de la que formamos parte la nutrida legión de nueras, yernos y nietos políticos, además de los hermanos de ellos ambos y sus familias, que también la integran.
Aníbal, además, fue un hombre político, en el más pleno y auténtico sentido de la palabra. Fue un patriota cabal y la fundación de su familia fue, no sólo un acto de amor personal sino su consciente y principal acto de amor a la Patria, su primordial servicio.
Eso y mucho más, que no soy capaz de decir, fue Aníbal, mi amigo, mi padre, sin mengua alguna de mi padre, a quien espero encontrar, con él y con toda nuestra estirpe, en la Patria Celestial.
Aníbal, el cristiano (por Federico Curutchet)
Sábado, 21 de febrero de 2015, amanecer de verano en Bella Vista, como siempre, rebosante de verde y de colores, con el trino de los pájaros y el silbido y traqueteo cansino del tren, con los colores del despertar, los ruidos de la ciudad/pueblo que se despereza de la semana y se prepara para
la vida del fin de semana. ¿Cómo habrán visto tus ojos esos primeros amaneceres bellavistences cuando los míos no eran más que una ilusión de una futura existencia? ¿Qué le habrás visto a esas mañanas que te quisiste ir en una de ellas?
Amanece como siempre, por última vez en Bella Vista.
Tantas veces empezar, tantas veces animarse, tantas veces enfrentar el día que con su pesada y tediosa carga quiere esconder la luz interior que se asocia a la claridad del sol, para dar calor y alegría, sentido y valor a cada minuto. ¡Cuántos recuerdos que hoy duelen de alegría! Cuántos secretos entramados de tu generosidad sin fin que me llenan de lágrimas los ojos, no tanto por tu
partida como por el amor que dejaste en cada uno de esos actos, que recién hoy empiezo a alcanzar
a comprender.
Amanece como siempre, por última vez en Bella Vista.
¡Si pudiese contar las infinitas veces que mi mente de niño se encendió de ardor y de ilusión, con tus cuentos, cartas, dibujos y gestos! Las huellas de los camellos de los Reyes Magos -tus precursores sin duda-, ese Pesebre infinito de símbolos, al que Navidad tras Navidad le cantamos los Villancicos que nos enseñabas. ¡Ahora entiendo que tu regalo al Niño Dios era esa familia que congregabas a Su derredor!
Amanece como siempre, por última vez en Bella Vista:
Y a medida que fuimos creciendo, siempre tú sombra paternal. Eras nuestro orgullo de sabiduría y nuestro ejemplo de humildad. Eras médico, enfermero, jardinero, confesor, sociólogo, consultor, profesor de matemáticas, química, historia, literatura, derecho y cuánta materia debíamos rendir. Entrar “al escritorio”, al que amabas y cuidabas como un santuario, pero que tu generosidad lo hacía una sala pública de consulta y charla. No había segundo que no se aprovechara para leer o escribir, siempre algo para los demás, porque todo lo que tuviste fue para compartir, para ponerlo gratuita y humildemente a disposición de todos.
Amanece como siempre, por última vez, en Bella Vista.
Y en ejemplar silencio, la lección magistral de tu vida: la importancia crucial del ejercicio de nuestra entera libertad de elección. Y de elecciones cruciales tejiste una historia de la que hiciste protagonistas a los que amaste. Mami, la elección de tu compañera, no me quedan dudas que en esa elección te aseguraste el ángel que te llevó, sin soltarte jamás de la mano, por los caminos de Dios.
Cuántas pruebas y sacrificios habrás tenido-
Dios lo sabe.
La familia, ese “patria chica” que fundaste para que sea reflejo y esperanza de la Patria Grande: la Argentina, tu amor de héroe, tu Dulcinea, la ingrata tierra a la que sacrificaste tu conocimiento, tu honor y tu valía, a la que amaste sin respiro ni claudicación, a la que nos enseñaste a amar, por la que nos enseñaste que valía la pena sacrificarlo todo.
La Iglesia, su doctrina, su culto, su vida, a la que conociste y te mantuviste fiel, con amor adulto, sin beaterías ni superficialidades, conociendo sus errores de origen humano y admirando y resaltando sus virtudes divinas.
Y ese último amanecer en Bella Vista, cuando tus claros ojos vieron la claridad eterna, te fuiste como un cristiano. Tu mujer, tus hijos, nietos y bisnietos unidos, aun en la lejanía, alrededor de tu cama, rezando en unidad para que tu ausencia no nos duela tanto y te soltaste de la mano de uno de
tus nietos sacerdote, quien como otro Cristo trazaba sobre tu frente el perdón de tus pecados, para tomar y entrar de la mano de Nuestra Madre, en su día, a la eterna gloria de Su Hijo.
Amanece como siempre, por última vez, en Bella Vista y ya no serán igual los amaneceres, porque no están tus claros ojos para verlos, ni tu clara mente para iluminarlos, ni tu cálida sonrisa para calentarlos, pero está tu recuerdo y tu impronta y está el Cielo para reencontrarnos en un amanecer sin fin. Allá vamos abuelito, ¡ayúdanos!
Aníbal, el humilde patriota (por Hugo Esteva)
Título original: “Recuerdo de Aníbal D’Angelo Rodríguez”.
Era una de tantas fiestas escolares para los más chicos del colegio. Aníbal D’Angelo Rodríguez, entonces paciente bibliotecario del “Don Jaime” de Bella Vista, había sido seleccionado para decir uno de esos discursos habitualmente anodinos. Pero, para nuestra sorpresa, empezó a hablar sobre el Ángel de la Guarda. Y la atmósfera del patio escolar se hizo mágica de repente: Aníbal describió al ángel impidiendo que el chiquito dormido se cayese de la cama de arriba, evitando justo que cruzase las vías al paso inadvertido del tren y, a partir de varios otros ejemplos sencillos, pasando
a proteger su alma de los males morales, para siempre. Los chicos -y los padres- mirábamos como encantados. Pero, además, él se ocupó de abreviar el intenso aplauso que brotó espontáneo al cabo de
su exposición corta y profunda.
Ese era Aníbal. Capaz de volcar la misma magia viva de inteligencia en las páginas magníficas de cada una de sus colaboraciones en revistas políticas, en su brillante trabajo sobre la “Posmodernidad”, o en sus iluminadores diálogos llenos de tolerancia durante las reuniones, los actos y la campaña del Partido de la Independencia en los tristes días de siembra nefasta del gobierno de Alfonsín.
Nació en Buenos Aires el 16 de junio de 1932. Su padre era médico del Hospital de Clínicas de la Universidad y llegó a ser su Director. Vivían en Junín entre Charcas y Santa Fe. Estudió en la escuela Onésimo Leguizamón y después en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Se recibió de abogado en la UBA poco después de haberse casado en 1950 con Virginia Zapiola. Antes, de la mano de su hermana mayor y de su cuñado Marcone, había dado vueltas por España en tiempos de Franco, conducido por la Falange ya regimentada pero todavía fresca y docente.
La siguiente etapa sucede en Mendoza en 1952, donde D’Angelo llega con su mujer como secretario de un juzgado y se vincula enseguida con la Universidad de Cuyo como profesor. Allí empiezan a nacer los hijos y allí viven hasta 1965 cuando, con breves estancias en los alrededores, se instalan definitivamente en Bella Vista, donde ya vivían Masi Zapiola e Ignacio Anzoátegui, su talentoso concuñado y amigo. Juan Carlos Montiel tuvo entonces una influencia importante, ya que Aníbal fue a partir de allí y por mucho tiempo profesor del colegio Don Jaime, que aquél fundara y dirigiera. Ya retirado de la actividad profesional como abogado del Banco Hipotecario, siguió siendo bibliotecario del colegio hasta su cierre, poco más o menos.
Entretanto, enseñó durante años Historia de las Ideas Políticas en la Escuela de Guerra Aérea. Y fue fugazmente -para desgracia de la editorial universitaria- director de EUDEBA (1971/1973), donde hizo honor a la libertad de espíritu nacionalista editando sin los prejuicios izquierdistas que lo dejaron después cesante al grito de “Se van, se van, y nunca volverán”.
Pero más allá de las actividades presuntamente formales, Aníbal D’Angelo fue un pensador que plasmó sus ideas sin una disciplina determinada, pero generosamente cada vez que el Nacionalismo se lo requirió.
Se inició temprano, durante la adolescencia, en la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios, donde a poco dirigió su publicación Tacuara. Y desde entonces colaboró con artículos, conferencias, cartas, polémicas, a cimentar y mantener viva la doctrina que lo hizo sentir en la verdad desde tan joven. Su natural humildad, tan sin pompa para un hombre que conocía tanto, daba particulares claridad y fluidez a su pensamiento lleno de datos, vivencias y lécturas. Mucho de eso queda sintetizado en su libro sobre la Posmodernidad, que publicó la editorial de la Universidad Católica; pero, en cambio, no tuvo tanta suerte con las cartas de lector, a tal punto que comentaba con humor que eran suficientes como para recopilarlas
en un tomo al que podría llamar “Las cartas que La Nación no me publicó”.
Vale aclarar que, pudiendo haber sacado provecho, nunca fue peronista. En cambio, daba idea cabal de su carácter, oírlo contar cómo lo conquistó el fervor del pueblo peronista cuando, en los años cuarenta, fue testigo de su paso y se sumó a sus consignas patrióticas. No menos impacto le produjo Eva Perón, a quien conoció fugazmente en la Residencia Presidencial de Plaza Francia cuando fue a cumplir con un pedido de su tío, el gran cirujano y destacado intelectual Oscar Ivanisevich. Y, sin embargo, no obtuvo ventaja alguna de ese ni de ningún otro vínculo político.
Siempre estuvo donde había que estar en la defensa de la Fe y de la patria. Siempre con absoluta naturalidad y como en segundo plano. Un plano que de ninguna manera correspondía a su saber ni a su talento. Lo tuvimos clarísimo después de la Guerra de las Malvinas, cuando con enorme paciencia por nuestra inexperiencia y nuestros baches intelectuales, fue colaborador incondicional y absolutamente desinteresado del intento por pelear contra tanta antipatria militar y alfonsinista desde el Partido de la Independencia.
Aníbal, una de las cabezas más completas y lúcidas que diera el nacionalismo Argentino, vivió pobre de los valores modernos. Pero construyó una familia que contaba con 12 hijos, 64 nietos y 30 bisnietos, testigos conmovedores de su afecto, hasta el día de su muerte. Estuvo lúcido hasta el final, luego de varios años de difícil postración. Fue entonces, en plena claridad, cuando encomendó a la Virgen de Guadalupe el cuidado de la familia que estaba por dejar.
Años atrás, durante la plenitud, su casona de la calle Munzón, en Bella Vista, era refugio cordial de decenas de amigos suyos y de sus hijos. A tal punto que a un costado del living, cerca de la entrada, había un sillón habitualmente ocupado por un amigo de sus hijos durmiendo. El no tenía por lo general ni idea de a quién habían recibido. Por eso me hago ilusión de que, Dios mediante, Aníbal esté preparando algo así para después también.
Aníbal, el mejor nacionalista (por Augusto Padilla)
Título original: “El camarada Aníbal”.
Si me tocase elegir al mejor nacionalista militante que conocí, Aníbal D’Angelo Rodríguez es el candidato obligado. Mis razones:
– su capacidad para distinguir entre lo religioso y lo político, sin caer en la confusión de unirlos -tan común entre nosotros-. Y eso porque precisamente Aníbal era profundamente católico, con la fe de un “carbonero ilustradísimo”, si se me permite la expresión. Además, por ser consecuente con su realismo de cepa aristotélica-tomista, sin utilizar ese bagaje para refugiarse en
escapistas puñeterías.
– su condición de lector voraz y ordenado: estaba á la page sin necesidad de recurrir a ninguna clase de exhibicionismo pedante, que sólo provoca rechazo y fastidio. De allí el éxito de sus famosas lecciones “caseras” a los jóvenes. (Yo lo llamaba “el maestro de Bella Vista”).
– su aptitud para “ir a las cosas”, aunque nunca hubiese leído a Ortega. Claro que lo leyó -y muy bien por cierto- sin convertirse en un orteguiano frívolo e insustancial, esa marca de fábrica de onanistas y estetas (hemos conocido a varios de esos babosos atrapados por su prosa, y allí se quedan in saecula saeculorum).
– su bonhomía que le permitió encarar la vida con profunda alegría, sin ningún celo amargo. Su mirada límpida era la muestra más clara de que “no había que tomarse las cosas tan en serio”-si ellas están en manos de Dios- como algunos que se despachan con proclamas apocalípticas, a poco de ser presentados.
– su humildad real y auténtica, y eso que le daba para ser considerado primus inter pares. Lamentablemente no lo fue, acuciado por las dificultades del diario y durísimo quehacer de llevar el pan a su larguísima familia.
– y finalmente su valor y su lealtad casi apostólico para sostener y defender el ideal nacionalista. Lo probó a puñetazos en la calle, en los tiempos juveniles de la alianza, y después con la pluma en una infinidad de publicaciones y en un libro sustancial: el Diccionario Político (sobre el que cayó el acostumbrado manto de silencio, lo que habla de su importancia).
Pero la Argentina lo desaprovechó, como sucedió con varios de sus mejores hijos: arcano doloroso de nuestra Patria.
Agradezco profundamente a Dios que me lo haya puesto en el camino de la vida y que me diese el tiempo para estrecharlo en el último abrazo.
Incomparable e inolvidable camarada Aníbal D’Angelo Rodríguez: con llanto de hombre un viejo y agradecido amigo te despide con su más sentido ¡PRESENTE!

A 10 años de su muerte
Con ocasión del homenaje realizado a los 10 años de la muerte de ADR, se han escrito nuevas reflexiones sobre nuestro autor. El 21 de febrero de 2025 se celebró la Santa Misa por ADR en la Capilla del Colegio don Jaime, se ofrecieron dos breves discursos y se presentó el proyecto ADR. Previamente, Caponnetto hizo llegar un escrito que publicamos a continuación.
Video: Así vivimos el HOMENAJE a Aníbal D’Angelo Rodríguez
Aníbal: bibliotecario, humorista, intelectual combativo y nacionalista militante (por Antonio Caponetto)
“Dichoso aquél que muere por su casa y su tierra. Dichoso aquel que muere para que siga indemne la vida de un niñito, la gloria de un país. Dichoso aquel que muere por la Cosa Perenne, por un Santo Sepulcro, Dulcinea, Beatriz”. Charles Péguy
Por Antonio Caponnetto
El 21 de febrero de 2015 se nos murió Aníbal D’Ángelo Rodríguez. Una década ya, y sin un Tito Livio para narrarla.
Aníbal estuvo ligado activamente a Cabildo desde sus ya lejanísimos comienzos, hace cinco décadas, bajo la dirección del inolvidable Ricardo Curutchet; y no sería desproporcionado afirmar que acaso fuera mejor escribir que Cabildo estuvo ligado a él, en tanto nuestra revista procuró siempre la compañía de los mejores camaradas, maestros y amigos.
Hay muchos modos de recordarlo y de darle las gracias por su vida fecunda. Se nos permitirá elegir de esos modos, los cuatro que más nítidamente nos resultaron admirables.
Aníbal se desempeñaba como bibliotecario del legendario colegio Don Jaime. Era un puesto a su medida, para quien podría haber hecho suyas las palabras del ciego aquel que gritó sin reproches: “yo que me imaginaba el paraíso bajo la especie de una biblioteca”. En esa inmensa anaquelería escolarél resolvía todos los problemas humanos y divinos, visibles e invisibles. Desde el lápiz olvidado por un chiquillo hasta la bibliografía especializada que requería algún docente. Desde el crayón o la tiza para el ocupante olvidadizo de un pupitre, hasta los libros sapienciales que formaban los entendimientos.
Conocía a cada uno por su nombre (algo se ha dicho al respecto en el Evangelio); y todos lo conocían a él, casi universalmente apodado Papi. Cuando tuve que escribir un pequeño libro para uso interno de los chicos del Don Jaime –Venimos desde el ayer fue su título- Aníbal se convirtió en el personaje obligado que protagonizaba diálogos y tertulias. Tomó con benevolencia ese tránsito de la realidad a las letras. Y con la afabilidad de siempre siguió ejerciendo su mester diario. Incluso hubo una versión mexicana de este librillo, adaptada por la Profesora Sofía Villavicencio Márquez, y editada por la Universidad Autónoma de Guadalajara, en 1998. Aníbal seguía allí de protagonista omnisciente, dibujado como un anciano sapiente y enojoso cada vez que correspondía. Cuando le mostré la “prueba” de su fama en la entrañable comunidad jalisciense sonrió con expresiva complacencia. La legítima travesura pedagógica había traspasado las fronteras.
Hubo en Aníbal un segundo oficio y era el de humorista. No era cómico, ni gracioso; tal vez ni siquiera divertido. Y al final de los años conoció momentos de depresión y de tristeza, como es humanamente comprensible. En una de las cartas que de vez en vez supo mandarme, me habló de esa angustia que los psicólogos llaman existencial y que, él, sin rodeos, prefería llamar “cosas de viejo”. Pero tenía por naturaleza ingenio y gracia, y sabía tocar todas las cuerdas de la ironía, todos los matices del sarcasmo, todas las honduras de la broma. Por lo mismo que era circunspecto y formal, podía ser eutrapélico. Y entonces, las prosas y las glosas dangelianas alcanzaban genuinas cumbres de risa franca y contagiosa.
El lector regular de Cabildo puede dar testimonio de cuanto decimos. Y todavía hoy, los más antiguos, recordarán su participación en aquella chanza formidable que se pergeñó desde las páginas cabildeñas en los años setenta, cuando el genio de Luis María Bandieri decidió “probar” que Borges no existía. Recuerdo que Curutchet, Falcionelli y Aragón, entre otros, reían a dos carrillos ante los desopilantes argumentos sobre la inexistencia de Georgie. Bandieri ha sabido recordar no hace tanto este episodio, fruto de su pluma festiva, de su talento inmenso y de su erudición apabullante. Era un juego servido en bandeja para que “Papi” participara. Y lo hizo. Marcó un hito en la historia bien nutrida del humorismo nacionalista. No nos olvidemos tampoco de sus imitaciones al Sancho de Castellani, que en nada se diferenciaban del original. Yo intenté algo parecido, tanto a modo de tributo a Aníbal como al mismísimo cura loco. Nos hubiéramos reído un largo rato intercambiando esos plagios cantados. Eso creo.
Hubo un tercer Aníbal, que podríamos llamar el intelectual estudioso y combativo. Quizás y mejor, el apologeta, hablando un poco a la antigua usanza. Nos dejó varios libros notables y un sinfín de escritos, que han hecho un bien inmenso en ordenar, recopilar y editar sus descendientes. Sobre todo,gracias al inteligente fervor juvenil del padre Martín Villagrán. Dios le pague. Ojalá se puedan incluir en esos preciados volúmenes lo que se encuentre de su anunciado libro sobre el siglo XX; y unos cuentos que, ya cerca del final, me comentó que le mandaba a Gabriela Cura y a Hugo Esteva. No conozco ninguno, pero deduzco que –por lo que llegó a decirme-tenían a sus nietos más pequeños como destinatarios.
Aníbal poseía el hábito (en otra carta me lo dice), de levantarse una y otra vez del asiento en pos de alguno de sus infinitos libros, para consultar sobre lo que andaba elaborando. Cuando la artrosis le hizo doloroso ese ir y venir por los estantes, decidió escribir algo que no lo obligara a pasar continuamente de una postura a la otra. Entonces encontró como solución redactar cuentos. Para lo cual no necesitaba respaldo bibliográfico. Bendita artrosis que engendró un Aníbal cuentero. La mía, apenas si me suscita improperios. Por favor, si alguno de los mentados conserva esos relatos literarios de Aníbal, que sea tan amable de compartirlos.
Su capacidad de lectura era apabullante. Su facilidad para conocer el estado actual de la cuestión –cualquiera fuera ella- sorprendía hasta a los especialistas. Su modo grato de comunicar lo difícil, era proverbial entre sus dones. Todo esfuerzo le parecía poco para defender a Dios y a la Patria; a las glorias de la Iglesia y de la Civilización Cristiana. Ahora, con internet, cualquier cacatúa sueña con la pinta de Menéndez y Pelayo. Pero Aníbal estaba al corriente de todo lo édito, sin distinguir entre la tecla “enter” y la “control”, como corresponde a todo varón decente.
Jorge Bohdziewicz –entrañable amigo y maestro- Fundador del Instituto Bibliográfico Antonio Zinny, le publicó un par de obras preñadas de lucidez en defensa del Nacionalismo, y desenmascarando a la vez a dos de sus torvos detractores: Fernando Devoto y Cristian Buchrucker. Vale la pena leerlas y estudiarlas a fondo. Es grande el provecho que se sigue. Máxime cuando no faltan hoy apatridistas –que así se llaman a sí mismos:¡extraña honra!- que hacen del Nacionalismo su principal enemigo, ignorándolo todo acerca de él.
A veces diferíamos en algunos juicios prudenciales,lo que me llenaba de intranquilidad. Pero las diferencias eran insignificantes y él sabía dirimirlas con una caridad y un sentido práctico pocas veces visto. En carta del 15 de noviembre de 2006 –a propósito de una de esas distinciones- estampó algo que hoy suena a clarividente vaticinio: “Mi posición es “no hay enemigos a la derecha” con la PRIMERA y SUSTANCIAL (las mayúsculas son de Aníbal) aclaración de lo erróneo y equívoco de la palabra derecha y mi certeza de que la autodenominada derecha liberal no es derecha”. Podrían tomar debida nota los abanderados del neoderechismo mileista, cuya <batalla cultural>, al final se supo, no era más que un recurso de tahúres para tener una alcancía posmoderna cargada de criptomonedas.
Por último, hubo en Aníbal un militante nacionalista de la primerísima hora. De la hora de los pugilatos en las calles, de los testimonios viriles a plena luz del día, de los riesgos corridos con la exposición del propio pellejo en cada circunstancia crucial. Nacionalismo católico y argentino, nativo y propio de estas tierras nuestras. Pero jamás avergonzado por tener que defender a los nacionalistas de otras latitudes, ni a los grandes movimientos nacionales que batallaron en Europa, ni la verdad histórica conculcada por los aliados, ni a los grandes derrotados de Occidente tras la tragedia de 1945. Cuando las izquierdas le recordaban este pasado suyo para desprestigiarlo, él reconocía con honor su antigua y renovada militancia. Postura que incluso había abrevado en su propio entorno familiar. Aníbal era un bien criado y mejor aprendido. Cada vez que desde Página 12 lo acusaban de neonazi, él fingía una iracundia jocosa: “¿Cómo neo? Yo soy paleonazi en todo caso”. Era otra de sus ocurrencias.
Por eso al despedirlo, a la vera de su féretro, en su antigua casona bellavistense, con el telón de fondo de una legión de hijos y de nietos, de parientes y de amigos que se acercaban a acompañarlo, no pude evitar, junto al rezo silente, la musitación de aquella Marcha del Aliancista que lo acompañó desde los días de su lejana juventud:
Despierta camarada, que fresca de rocío
la voz de los clarines te llama a tu deber,
la media luz del alba ya alumbra los caminos
¡Despierta, camarada, llegó el amanecer!
Si en medio del combate cayeras, camarada,
con el azul y blanco tu cuerpo cubriré.
Besada por la luna de cerros y de pampas,
la tierra en que descanses florecerá en laurel
Has despertado, camarada. Y desde tu vigilia perenne nos aguardas. Dios nos haga merecedores de encarnar la consigna teresiana, permaneciendo firmes y sin dormir, pues no hay paz sobre la tierra. Entonces, en esa vigilia nos encontraremos de nuevo, ya sin las fatigas ni las pesadumbres de la marcha terrena.
Camarada Aníbal D´Ángelo Rodríguez: ¡Presente!